Me encanta París
Me encanta París. Es una ciudad para vivir, para perderse y encontrarse, para caminar, para ver, oír, paladear, tocar y oler.
París ofrece millares de cosas, sitios y rincones especiales por todos los lados. Hace unos años tuve la oportunidad de viajar allí varias veces, durante un año realicé prácticamente un viaje por mes, unos más cortos de fin de semana, otros un poco más largos de varios días o semanas, todos sorprendentes porque además del motivo principal de estos viajes, que tiene mucho que ver con uno de los calificativos de la villa parisina y que quedó sobradamente cumplido, además me dio tiempo a ver desde los restos de la antigua Lutecia de los romanos, hasta la Venus de Milo o la Gioconda, pasando por aquellas cloacas en las que trascurrieron maravillosas novelas, por largos paseos, museos, barrios llenos de gentes y colorido (oh incalificable Tati), cines y restaurantes, conciertos en pequeñas iglesias (aquella maravillosa Pasión según San Juan), el Gran teatro de la Ópera, y más muchas cosas más.
Me encanta Paris, pero sobre todo me encantan dos pedazos de esta gran ciudad, la Plaza de los Vosgos y sus alrededores llenos de tiendas y al lado del barrio judío, y el Museo de Cluny (ahora Musée National du Moyen Âge). Cluny no es el museo más conocido de Paris, dificilmente podría competir con el Louvre, con el Centro Pompidou o con las maravillosas colecciones de pintores y escultores impresionistas, pero para un enamorado de la Edad Media, Cluny ofrece sorpresas increíbles.
Me quedé entre sorprendido y un punto irritado cuando descubrí una de las coronas visigodas del tesoro de Guarrazar, o la colección de marfiles españoles que los soldados de Napoleón arramblaron durante sus guerras y pillajes. Las salas se sucedían unas a otras llenas de objetos hermosos, pero la joya es una gran sala dedicada a los seis tapices de la Dama y el Unicornio.
¡Cuántas horas pasé en esa sala! Cuanto tiempo mirando los seis tapices uno a uno, lenta y escrutadoramente, intentando averiguar qué quiso decir el artista desconocido que los pintó.
En cinco de ellos la cosa parecía fácil porque según se dice, siguiendo a George Sand, estarían dedicados a los cinco sentidos, pero el sexto llevaba el enigmático nombre de À mon seul desir y por mucho que lo intentaba no conseguía saber lo que su autor quiso decir, y al no entender este sexto los otros cinco quedaban también en cuestión. Tanto me gustaron aquellos tapices que compré en la tienda del Museo unas reproducciones litográficas que todavía hoy adornan varios rincones de las escaleras de mi casa, de modo que cada vez que las subo o las bajo, la dama, el unicornio y su fondo de millefleurs son como amigos que me saludan, aunque sea de refilón por eso de ser viejos conocidos.
Unicornios en Carnota.
Este verano estoy pasando mis vacaciones en Carnota, mejor dicho en Vilar de Parada, que si Carnota es capital, Vilar es una apartada aldea en la que lo difícil es no descansar. Un día me tuve que acercar hasta Vigo y en un rato de vagabundeo por una de las librerías más clásicas de la ciudad sentí la misma sensación que al pasar por la escalera de mi casa, y es que en una de sus estanterías brillaba un libro titulado, como no, La Dama y el Unicornio, escrito por una tal Tracy Chevalier. Ni que decir tiene que el libro inmediatamente pasó a mis manos e hizo conmigo el viaje de vuelta a Carnota, mejor dicho a Vilar, que aunque cerca, no es lo mismo.
Tracy Chevalier hace una novela de la historia de la creación del tapiz, se inventa pintores y tejedores, damas y criadas, millefleurs y unicornios, realidad e invención.
Leo el libro en la playa o en mi casa de Vilar, cierro los ojos y de repente mi verano se ha llenado de unicornios.
A veces se escapan del libro y los veo en los lugares más insospechados. Un anochecer subí a ver brillar la luna sobre el mar desde la casa de un amigo, ese que crea hombres azules y ha llenado Carnota de seres todavía más raros que los mismos unicornios, cuando desde allí arriba vi una pareja unicornios corriendo por la Berberecheira. El macho galopaba levantando nubes de agua y espuma, mientras la hembra se bañaba y peinaba en la Boca do Río, allí donde el agua es caliente justo antes de salir al mar.
Pero la verdad es que yo soy muy sugestionable. En Carnota no hay unicornios, pensé. ¿Qué iba a hacer una pareja, allí en el fin de las tierras, en el finisterrae de la Costa da Morte, allí donde el sol se esconde todas noches para volver a renacer al día siguiente por encima de Lira.......?
Las nubes ocultaron la luna y los unicornios se fueron. A lo mejor se escapaban de algo o de alguien y habían llegado allí en una fuga alocada. A lo mejor buscaban algo que no habían encontrado en ningún otro sitio. A lo mejor.....
No lo sé. No los he vuelto a ver, pero siempre me queda el consuelo de que en la escalera de mi casa los tendré cuantas veces quiera, y que a lo mejor un día me animo y vuelvo a París, y vuelvo a Cluny, y vuelvo a la sala de la Dama y el Unicornio y quizás me atreva a preguntarles en voz baja, para que nadie piense que estoy loco, ¿oye, qué hacíais en la Berberecheira de Carnota?
Mientras tanto que todo el que pueda los visite y se lo pregunte.
Vilar de Parada, 15 de agosto de 2008.
Notas: Los tapices de la Dama y el Unicornio se pueden ver en el Museo de Cluny (Musée National du Moyen Âge) de Paris.
Datan de finales del siglo XV y se supone que los encargó alguien de la Familia de la nobleza "Le Viste", quizás Jean Le Viste cortesano ded Carlos VII, ya que su escudo de armas aparece por todas partes. No se sabe ni quien los pintó, ni quien los tejió.
Los tapices se redescubrieron en 1841 por Prosper Merineé y se encargó su descripción e interpretación a la escritora George Sand. El gobierno francés los compró en 1882 para el Museo de Cluny, donde pueden verse hoy.
Es imposible hacerse una idea aproximada de los tapices con la calidad de las imágenes de Internet, por lo que para el que desee verlos bien, la visita es obligada.
Las imágenes que siguen están tomadas de la web del Museo
El gusto: La dama coge una golosina de una fuente que le ofrece una criada
La vista: El unicornio se apoya sobre las piernas de la Dama mientras se contempla en el espejo.
El tacto: La Dama agarra al unicornio por su cuerno y sostiene el estandarte de los Le Viste.
El olfato: La Dama hace una corona de flores que toma de un cesto que le ofrece una sirviente.
El oído: La Dama toca un órgano, mientras que león y unicornio escuchan.
À mon seul désir: La Dama toma, o quizás deja, un collar en una caja de joyas. Este tapiz es el más enigmático, no se sabe si es el primero o el último, ni lo que el pintor nos quiso decir con él. Desde luego es la clave de la historia que el autor quiso relatar, pero una clave tan difícil y oculta que hasta ahora nadie ha podido desvelar.